Aprovechamos el sonido del mar para escucharnos, para encontrarnos, pero lo que valía en ese momento era lo que nos susurraba el silencio mismo de las alturas, esos gorgoteos deslumbrantes que nos da la risa silenciosa de las mareas, de aquellas lejanías aun no vistas, aun no conocidas por nuestros sentidos.
Mirábamos a los costados y nos encontrábamos con arenas movedizas, que nos invitaban a sumergirnos en mundos no conocidos, en dimensiones no palpables, misteriosas.
Por detrás se encontraban las montañas doradas y minúsculas, que nos cuidaban de nuestro pasado, de los errores y cumplidos positivos que obramos con otros, con nosotros mismos.
En el centro nosotros, observando.
Por Kosmisch